14.11.10

Uno de sueños

Llevaba trabajando ya doce años en aquel viejo local del que había sido dueño su papá, y antes de este, su abuelo, y antes de este, el hombre más famoso del pequeño pueblo que es hoy escenario de nuestra historia. El hombre famoso de hace años lleva por nombre Joaquín Vega, nombre que todos hemos escuchado si la vida nos ha hecho caminar entre la escuela primaria de Veronia, hasta la última casa del pueblo; que es curiosamente donde vive Mario Mora, quién lleva doce años de administrar el local que le dejó su padre.
-Necesito una pesadilla y un kilo de Aguacate.
-¿Nada más? – pregunta Mario educadamente.
-¿Tienen algo más?
-Pues la verdad no señorita.
-¿Entonces porque me pregunta que si quiero algo más?
-Decencia supongo, me disculpo, es la primera vez que alguien me lo hace notar.
La mujer salió de lo que podríamos llamar una pulpería y la mañana de Mario transcurrió como todas las anteriores y podemos suponer que como todas las futuras. En el transcurso de la tarde los clientes que llegaban pedían las mismas cosas en cantidades diferentes, aunque hubo más de uno que solamente se llevaba aguacates sin la mínima intención de controlar el viaje nocturno de su mente.
-¿Los aguacates estimulan los sueños? – preguntó cierta vez una señora que se parecía mucho a un señor.
-A algunos. – Contestó Mario con bastante seguridad en sus palabras.
La mujer se retiró del establecimiento inconforme con la respuesta tan abierta a indagaciones y la acentuación tan definitoria.
Lo más curioso de esta situación cien por ciento verídica es que las personas del pueblo solamente compraban pesadillas, la gama de sueños era inmensa, iban desde viajes al pasado, al futuro y al presente (de otros), se podían encontrar sueños azules, sueños plásticos, sueños imposibles, sueños de mar, sueños de mujer, sueños sobre sueños, sueños de la puta realidad, como cuando soñamos que estamos mirando por la ventana mientras llueve y el agua no nos deja ver; “Tantos sueños por escoger y esta gente imbécil comprando pesadillas” pensaba Mario en repetidas veces.
Antes de cerrar el lugar, Mario hacía el inventario, los sueños los importaba de la ciudad capital del país, donde la gente más bien estaba dispuesta hasta a regalar sus sueños, el tiempo era muy poco para gastarlo soñando, en esos lugares. De los jóvenes se sacaban los sueños prohibidos y los sueños sobre sueños y de los viejos los sueños de despedidas y los sueños en sepia, algunos eran confundidos con pesadillas y más de un cliente había venido a quejarse sobre un sueño de un tren y rieles y rieles que no iban a ninguna parte, que en vez de provocar miedo provocaban sueño.
-El terror es un género complicado – se defendía Mario.
Llevaba cuarenta y nueve pesadillas contadas cuando un hombre con aspecto apacible entró a la tienda, Mario pudo haberle dicho que ya había cerrado y que el letrero de “ABIERTO” en la puerta estaba simplemente por equivocación, pero algo en el delgado caballero que ante él se erguía lo impidió.
-¿Qué se le ofrece? – preguntó Mario intranquilo.
-En realidad no estoy aquí para comprar nada, pero siento curiosidad, ¿Por qué este establecimiento se anuncia con el letrero de “Venta de aguacates y sueños”?
-Vendo sueños porque es lo que mantiene el negocio y aguacates porque es mi pasión. – contesto Mario sin dejar de fijar la vista en el cliente.
-Entiendo, verá no soy de aquí, estoy de paso, ciertamente solo vengo por usted. Hace ya mucho tiempo que venía posponiendo este encuentro, pero por fin ha llegado la hora, entienda que no tengo nada contra usted, vengo desde hace mucho tiempo trabajando en esto y me apena mucho verme obligado a terminar con usted.
Asustado el vendedor no pudo contener la saliva que resbalaba por la tráquea, aunque su cuerpo fue incapaz de realizar ningún otro movimiento.
-¿Quién es usted? Lo siento conocido, ¿Es algún cliente insatisfecho? De verdad llevo más de una década haciendo mi trabajo con mucho esfuerzo y…
-No no, verá, ya le dije que no soy de aquí, de hecho llevaba tiempo sin pisar este lugar, ya no recuerdo la última vez que me reuní entre esta gente vieja, pero pude notar que el letrero al lado de la puerta es nuevo, de cualquier manera hubiera tenido que entrar.
-¡No puede ser! Pero soy muy joven para esto, vivo bien, duermo ocho horas y me alimento sanamente, ¿Por qué tenía que pasarme esto ya?
-Eso no tiene ninguna importancia Mario, llevo mucho trabajando en esto y casi nunca ha sido justo ninguno de mis actos.
El hombre vestido de gris del lado de afuera del mostrador tomó algo en su bolsillo derecho al tiempo en que Mario gritaba dormido entre botellas de sueños y pesadillas que se confundían en el suelo.
-No es nada personal, pero no es mi decisión. – hablaba tristemente el hombre flaco al hacer sonar su cañón en forma de guadaña.
El sonido punzante despertó a Mario entre las botellas verdes y moradas que rodaban por el piso en todas las direcciones, los ojos del vendedor señalaron primero el techo blanco, el rótulo en la puerta que desde este lado decía “CERRADO” el borde del mostrador y por último una botella verde que por segunda vez en esta noche lo convertía en un imbécil.