26.3.11

Esto es casi una pipa

A la novena hora la gente, cansada de llorar, salió por la puerta de la iglesia que parecía desde lejos desinflarse como un globo.
El cura, que era el único que respiraba en el santo edificio se acercó al árbol muerto que acunaba como un niño al cadáver sin estómago.

-Los muertos no son particularmente los mejores adversarios para un partido de ajedrez, pero la verdad yo tampoco soy un gran competidor- Hablaba mientras colocaba las piezas blancas que siempre dejaba al final.

-Cuando estaba vivo, le cerré la boca a varios retadores del juego real, - se levantaba pesadamente del ataúd -; ahora muerto y más de esta manera en la que el hambre se ausenta con la respiración, las probabilidades de un prematuro jaque mate ascienden como las olas.

-¿No fue la confianza quién lo hizo acabar así? - Se comportaba sarcásticamente para desconcentrar la mano del muerto en el alfil.

-¿Y no fue esa pasividad y precaución lo que lo hizo terminar a usted así? - contestaba el fallecido en respuesta retadora.

-Sí... - Contestó el predicador con un quebranto en la voz.

El "sí" fulminante rebotó entre las cuatro paredes del templo quienes fueron las únicas escuchas de este monosílabo, y únicas testigos de este pastor sin ganado, quién nuevamente pierde contra la soledad por jaque mate.

-Sí... - repitió.

4.1.11

Tres para Mabel

1.
Después de esto de lo que mis ojos han sido testigos y pidiendo disculpas a los que ya han usado este recurso literario con mayor belleza y arte, puedo comparar esta ciudad que ahora se mueve para donde el viento quiera, con la noche, esa que nos promete refugio y protección hasta de la sombra propia, esa noche que viéndonos a todos como iguales no se preocupa por los tonos cutáneos y bajo su ausente luz, nos convierte en iguales, esa noche que se vuelve más noche antes de rendirse al alba, como esta ciudad que nunca fue más ciudad que antes de girar sobre sí.

2. (o 1.2)
El sonido de su muerte llegó más tarde...solo el sonido, la muerte le pasó de cerca sin notarlo; o talvez lo notó, talvez fue ella (y uso el pronombre femenino ya que sabemos desde siempre que la muerte tiene que ser mujer) talvez fue ella quién lo sacó de entre los escombros y le limpió la cara, este pudo ser el momento en que con su pronombre como excusa se encaprichó con él y ya que no tiene el poder de otorgar vida y menos a este que ya no le queda mucha, decidió alargársela unos pocos años; desconocido número teniendo en cuenta la edad de la muerte y lo que a esta poco le parece y para que en estos pocos años no se olvidara de esta muerte más suya que de nadie.

3.
Dos horas atrapado en el metro por metro de color verde plástico que levantaba la construcción cuadrangular del baño público en el que por culpa de una suerte encaprichada, tuvo que ir a dar a por mandamiento renal.
Los cientoveinte minutos que llevaba siendo preso sin ninguna cadena (más que la carroza fúnebre de los millares de peces de compañía) fueron provocados por el azar cronometradamente desde el momento en el que entró al baño portable. Ordenó a las nubes el azar que se reunieran en el mismo punto, allí, exactamente diez mil metros en vertical sobre el techo del baño público y portable que se alquila para celebraciones al aire libre normalmente en occidente y Oceanía; la parte más alta de la fortaleza material de este maldito quien se lamenta por la hora. Las nubes, que como bien sabemos son dueñas de una particular e increíble susceptibilidad, no aguantaron la crudeza con la que les ordenó el azar y una por una como una sinfonía en ascenso y sin hacer el mínimo esfuerzo por consolarse entre sí, lloraron desconsoladamente y alguna que otra siendo más dramática dio el grito que fue a dar contra una edificación plástica que había cerrado sus puertas hace unos setenta y dos mil segundos, donde se encuentra nuestro buen amigo, quién ahora también llora agradecido la ignorante conductividad eléctrica del plástico.

23.12.10

Las 7 sillas

El fraile Alberto lo había despertado de madrugada con el sonido ensordecedor del teléfono junto a su cama; de haber tenido esposa no le hubiera durado tanto después de las cuatro llamadas de los días anteriores a la misma hora.

-La quinta silla está en Francia - dijo de golpe el joven sacerdote - Las escrituras ubican a Lyon como la quinta parada de nuestro Señor en su viaje secreto.
Aún sin estar recuperado del arranconazo del sueño, pensaba inconscientemente sobre el exceso de información que le dio su colega, cuando un “en Lyon” o solamente “Lyon” hubiera sido suficiente.

-El tren sale a las 4 – dijo cortante todavía sin abrir los ojos, mientras colgaba para no dejar oír algún otro detalle inútil, talvez su nombre.
Se había involucrado en esta causa por órdenes del consenso superior religioso al que pertenecía, la misión bien sabida que era difícil para cualquier persona, para un monje era más que interesante, si bien era sabido que ningún cura puede llorar y suplicar por su vida en sus últimos momentos con la excusa de su esposa e hijos, es de asombrarse la frialdad con la que trabajan cuando la situación lo amerita.

A las 4:05 estaban debidamente acomodados en sus asientos, sobre sus piernas Alberto llevaba un cuaderno con 7 puntos, 5 de ellos con una dirección, la última con tinta que no había acabado de secarse.

El evangelio de Judas Iscariote era poco claro en los lugares de descanso del Mesías, se necesitaba de horas de estudio y abundante conocimiento de las escrituras para dar con las aproximaciones de las ciudades donde serían encontrados los artefactos sagrados que fueron usados por el Salvador, artefactos representados con la palabra “םי” que por más eruditos y conocedores del hebreo que pusieron sus ojos en aquel símbolo extraño se mantuvo como un misterio hasta que un joven sacerdote llamado Alberto quién ahora viaja a unos 110 kilometros por hora, dio con el punto clave de que la palabra no estaba en hebreo sino más bien en arameo, lengua raramente usada o más bien del todo inutilizada a la hora de la confección de la Biblia, el hecho de porqué razón Judas Iscariote utilizó el arameo en aquel momento pasó a segundo plano tanto por las elocuencias y mala reputación del personaje, como por el descubrimiento de la palabra que llevaba meses sin querer decir nada, “Silla” dijo sin esfuerzo Alberto al momento de ver la palabra por primera vez sin darse cuenta del descubrimiento elemental al que había llegado, los demás sirvientes de la fe lo miraron con fuerte agrado luego de este explicar el uso del idioma.

Por lo anterior está de más decir porqué un hombre que apenas llegaba a los 30 años estaba involucrado en una misiva tan azarosa como esta.

La tinta del punto 5 ya estará seca con los primeros rayos del sol entre los Alpes franceses que se miran detrás de la ventana empañada del vagón 3 de pasajeros.
El padre que fue puesto en esa misión para ser una especie de balanza de edad, miraba aún con ojos cansados el punto 1. “Chiesa di Montenero, Livorno, Italia”, vale aclarar que no fue esta la primera ubicación en ser descubierta, sin embargo su corta distancia con sus habitaciones en Roma los hizo comenzar su aventura en la pequeña iglesia de Livorno, al llegar fueron atendidos con todos los honores por los hermanos que ya habían sido avisados de la visita eclesiástica que no dejaba ni un punto en blanco del enorme misterio que la envolvía.

Luego de poner al día sobre los movimientos importantes en la capital religiosa del mundo a los siervos de Montenegro, Alberto y su compañero fueron muy decididos con sus palabras.
-Han sido muy cordiales al recibirnos con tan buena gana pero por órdenes del papa debemos pedirles que nos dejen solos – dijo Alberto con aires de superioridad al mencionar a la máxima figura.
-Al terminar con la inspección responderemos a todas las preguntas que les estén sobrevolando – dijo el más viejo de los encomendados para disimular la arrogancia de su compañero.

Los otros frailes salieron de la iglesia sin hacer más preguntas, al momento de cerrarse las puertas los dos que quedaban dentro comenzaron su búsqueda silla por silla, comenzando por las grandes sillas en el altar principal y terminando por las bancas más humildes de la última fila, el resultado fue el esperado, nada raro con ninguno de los descansos, de pie frente al altar ninguno decía nada, parecía que el tiempo les había ganado la partida y este fue verdugo del santo artefacto, algún incendio, algún hombre pesado, algún reamuebleamiento se les había adelantado.
Apunto de rendirse estaban cuando un sonido proveniente del altar les retuvo los pasos que ya iban acercándose a las grandes puertas, se quedaron sin moverse hasta que un segundo sonido y este reconocido por ambos como un hipo los hizo dirigirse excitados al púlpito y de ahí un tercer sonido los obligó a asomarse debajo de la mesa donde era colocado el grial y las ostias. Debajo de la mesa sacaron a un monaguillo que suplicaba que por favor no le hicieran daño, que se había quedado ahí porque le pareció incorrecto interrumpir la conversación con los sacerdotes principales de la iglesia y luego de estos salir ya era demasiado tarde.

- ¿Qué escuchó? – Decía pacientemente el padre más viejo mientras Alberto sujetaba con fuerza al monaguillo.
- Algo de unas sillas, de que no estaban, les juro que no entendí de que hablaban.
- ¡Miente! – replicó Alberto
- ¡Lo juro! – Decía casi gritando el asustado ayudante – Les juro que eso fue todo lo que escuché.
- Bueno pues entonces parece que vamos a tener que llamar a sus superiores para que se encarguen de esto.
-No por favor, se los suplico…yo sé lo que buscan – dijo de pronto el monaguillo – yo sé dónde está lo que buscan.
- ¿Donde? – Dijo incrédulo Alberto.
- La silla está en el confesionario. – dijo llorando el obispillo.

Tirando al servidor de padre, Alberto corrió en dirección al confesionario pensando lo tontos que habían sido de haber estado a punto de irse sin haber revisado el confesionario que ahora parecía enorme.

Sacó una silla como cualquier otra, durante un momento se le quedó mirando esperando que algo pasara, pero como con las sillas anteriores todo siguió igual, estallando en cólera caminó en dirección al monaguillo cuando de repente el cuerpo se le heló al escuchar unas palabras a su espalda, el asiento estaba hablando y decía “...y de la tierra. Su luz es como una hornacina en la que hay una lámpara encendida. Esta lámpara está en un recipiente de vidrio que es como una estrella, radiante. Se enciende de un árbol bendito, un olivo que no es de oriente ni de occidente…”

-El Corán – dijo absorto el fraile más viejo – el asiento está recitando el Corán, ahora sabemos porque era tan urgente está andanza.
- Y podemos dar por hecho que no somos los primeros en darnos cuenta de esto, los sacerdotes Montenegrinos ya deben saberlo, tenemos que…

Un fuertísimo golpe desde afuera de la puerta llenó el templo e hizo despertar abruptamente al viejo monje que se reponía de aquel sueño agitado que había vivido pocos días antes, ya despierto recordó sintiendo una adrenalina en aumento como terminó aquella faena que acababa de vivir nuevamente, los recuerdos volvían como flashes, de cómo tuvo que salir por una ventana demasiado alta para su viejo cuerpo, de cómo escuchó los gritos en lenguas demoniacas que derribaban la puerta, de cómo corrió por entre un bosque que parecía tragárselo, de cómo las palabras “Y Alá expone alegorías a los hombres porque Alá es el Conocedor de todas las cosas” eran devoradas por el santo fuego que terminó todo rastro de la silla malbendita.

Los días siguientes al suceso en Livorno fueron menos agitados, la cautela de los sacerdotes se acrecentó a tal punto de que llegaban a las iglesias donde se encontraban las sillas haciéndose pasar por mendigos pidiendo asilo, como en el segundo punto “Iglesia de Santiago de Compostela, Compostela, España” donde la poca validez que tienen los mendigos les funcionó para pasar desapercibidos y así en el anonimato de la noche consumir en llamas una silla de siete colores que no tardaron mucho en encontrar, ya que como fue dicho antes siempre empezaban por el altar.
Pero aun así no siempre fue sencillo encontrar los mentados artefactos, algo parecido a lo que pasó en Italia donde no podían encontrar la silla tuvo lugar en el punto 3 de lista secreta, en la “Igreja do Bom Jesus do Monte, Braga, Portugal” donde pasaron 6 horas inspeccionando el lugar hasta que Alberto cansado física y mentalmente se desplomó en un asiento al azar y pudo notar por gracia divina que aquel asiento era el más cómodo en el que se había sentado en su vida, cambió de asiento para comprobarlo e hizo sentar a su compañero en aquel banco viejo de madera que era digno de los dioses o más bien del Dios hijo, otro reclinatorio que acabo en la hoguera.

La mayor sorpresa fue la noche anterior al inicio de esta historia cuando en el punto 4 “Cathédrale de Saint-Étienne, Toulouse, Francia” el número teatral de los mendigos se vio interrumpido al escuchar la orden del líder del templo de que necesitaba urgentemente eliminar una especie de silla que estaba acabando con las buenas costumbres e ideales católicos, otra silla que hablaba, pero esta al contrario de simplemente narrar algo escrito se distinguía por su capacidad de tener ideas propias y (cabe decirlo) bien formuladas. Hablaba sobre la poca ética de la iglesia católica de pedir indulgencias y sobre la igualdad entre hermanos.
-La más luterana de todas las sillas – decía divertido Alberto mientras sus ojos reflejaban el fuego que todo lo consume.
En tus manos encomiendo mi espíritu; me has redimido, oh Señor, fiel Diosterminó diciendo entre las llamas la silla en su intento de darle sentido a las palabras del fraile burlón.

El tren se detuvo en la estación de Lyon y los pasajeros del vagón 3 salieron como un ganado de ovejas en verano, el punto 5 ya estaba seco del todo y rezaba “Basilique de Fourvière, Lyon, Francia”, frente a las puertas cerradas del templo los monjes se detuvieron planeando como entrar esta vez, poco tiempo llevaban cuando de repente un guarda se les acercó.
-Buen día señores, ¿Son ustedes los enviados de Roma?
-Si – se apresuró el viejo padre.
-Muy bien, voy de inmediato por las llaves, no me tardo – decía el guarda con felicidad mientras corría hacía un costado de la basílica.
Al volver el guarda generosamente abrió la pesada puerta de la iglesia.
-Por órdenes de mis superiores – dijo como disculpándose – voy a tener que cerrar la puerta, pero voy a estar afuera, por si necesitan cualquier cosa, de nuevo muchas gracias por haber venido. – decía mientras cerraba y dejaba en profunda soledad a los religiosos.

La ya más que ensayada rutina de búsqueda de la silla comenzó su curso, de nuevo siempre empezando por el altar, luego bajando y hasta el final, el confesionario, la operación no dio frutos, recordaron la silla cómoda, las comenzaron a probar una a una, primero el altar, los asientos de adelante hacia atrás, y luego el confesionario, Alberto fue a los baños esperando llevarse una sorpresa, ninguna, se sentaron en bancas al azar a la espera de que alguna hablara, el tiempo dejó de existir para ellos desde el momento en que pasaron por las magnas puertas, el sueño comenzó a llegar, primero para el padre más joven que quedó tendido boca abajo en una larga banca de madera oscura, luego para el más viejo que como era su costumbre durmió boca arriba con los brazos cruzados sobre el pecho; como ensayo pre póstumo.

Al despertar el sacerdote de más edad, sus ojos no pudieron cerrarse en mucho tiempo; aun sabiendo que el tiempo aquí dentro no existe. Sin despegar la mirada de un punto fijo comenzó a gritar el nombre de su compañero, quién despertó asustado pues nunca había escuchado tanto nivel de decibeles salir de la boca de su ahora amigo. Al verlo creyó que este estaba muriendo y sus ojos miraban fijamente una luz lejana que se acercaba lentamente para llevarlo a su última morada, pero no era así, el viejo católico le señaló el cielo de la iglesia y Alberto pudo ver como si sus ojos no hubieran visto las más insólitas cosas los días anteriores, una silla levitando en lo más alto de la iglesia, pero eso no fue lo que provocó la impresión de ambos, la silla llevaba una mujer encima, una monja que parecía estar profundamente dormida.

-No está dormida – dijo como para respondernos el padre de las canas – esta mujer está muerta.
-¿Cómo está seguro de eso?
-Hemos estado aquí más de 24 horas y esa mujer no ha dicho nada, si estuviera viva algo nos habría dicho, aparte de que no pienso que lleve ahí poco tiempo, y el olor, al principio creí que estaba imaginándolo pero ya le encuentro la explicación.
-¿Qué olor? – dijo confuso Alberto
-Llevamos ya mucho tiempo aquí, tu cerebro ya se acostumbró.
-¿Qué podemos hacer?
-No lo sé, no hay manera de llegar hasta ella, ahora entiendo porque las puertas de la iglesia estaban cerradas y todo fue tan fácil.
La puerta sonó 2 veces, ambos sacerdotes corrieron hacia ella, desde afuera se escuchó una voz.
-Padre Alberto, padre Juan, ¿están ahí dentro?
-¡Sí! – gritaron en coro.
-Hemos venido para darles la extremaunción – comunicó la voz desde afuera.
-¡¿Qué?! – gritó Juan, y sus pupilas se dilataron como cuando se muere.
-Ustedes han encontrado las 5 sillas de nuestro Señor Jesucristo y la comunidad católica está muy agradecida pero no podemos dejarlos vivir sabiendo tanto.
-Pero... - gritaba como un niño Alberto – ¡Pero son 7 las sillas!, tenemos que encontrar las otras 2 sillas todavía. ¡No nos hagan esto, por favor!
-Las otras sillas ya fueron encontradas, y los padres que las hallaron han sido quemados al igual que los frailes que tenían algún conocimiento sobre los artefactos, todos aquellos con quienes ustedes tuvieron alguna relación en estos días están ahora en la gloria de nuestro señor Jesucristo.
-No puedo creer lo que nos están haciendo – dijo llorando Alberto a su compañero.
-Es de asombrarse la frialdad con la que trabajan cuando la situación lo amerita. – Dijo Juan sin emoción.

La extremaunción se escuchaba mientras el fuego inquisidor del que habían sido aliados inseparables en sus días pasados comenzaba a llenar la basílica de San Esteban rápida o lentamente; recordemos que en este espacio el tiempo no existe.

14.11.10

Uno de sueños

Llevaba trabajando ya doce años en aquel viejo local del que había sido dueño su papá, y antes de este, su abuelo, y antes de este, el hombre más famoso del pequeño pueblo que es hoy escenario de nuestra historia. El hombre famoso de hace años lleva por nombre Joaquín Vega, nombre que todos hemos escuchado si la vida nos ha hecho caminar entre la escuela primaria de Veronia, hasta la última casa del pueblo; que es curiosamente donde vive Mario Mora, quién lleva doce años de administrar el local que le dejó su padre.
-Necesito una pesadilla y un kilo de Aguacate.
-¿Nada más? – pregunta Mario educadamente.
-¿Tienen algo más?
-Pues la verdad no señorita.
-¿Entonces porque me pregunta que si quiero algo más?
-Decencia supongo, me disculpo, es la primera vez que alguien me lo hace notar.
La mujer salió de lo que podríamos llamar una pulpería y la mañana de Mario transcurrió como todas las anteriores y podemos suponer que como todas las futuras. En el transcurso de la tarde los clientes que llegaban pedían las mismas cosas en cantidades diferentes, aunque hubo más de uno que solamente se llevaba aguacates sin la mínima intención de controlar el viaje nocturno de su mente.
-¿Los aguacates estimulan los sueños? – preguntó cierta vez una señora que se parecía mucho a un señor.
-A algunos. – Contestó Mario con bastante seguridad en sus palabras.
La mujer se retiró del establecimiento inconforme con la respuesta tan abierta a indagaciones y la acentuación tan definitoria.
Lo más curioso de esta situación cien por ciento verídica es que las personas del pueblo solamente compraban pesadillas, la gama de sueños era inmensa, iban desde viajes al pasado, al futuro y al presente (de otros), se podían encontrar sueños azules, sueños plásticos, sueños imposibles, sueños de mar, sueños de mujer, sueños sobre sueños, sueños de la puta realidad, como cuando soñamos que estamos mirando por la ventana mientras llueve y el agua no nos deja ver; “Tantos sueños por escoger y esta gente imbécil comprando pesadillas” pensaba Mario en repetidas veces.
Antes de cerrar el lugar, Mario hacía el inventario, los sueños los importaba de la ciudad capital del país, donde la gente más bien estaba dispuesta hasta a regalar sus sueños, el tiempo era muy poco para gastarlo soñando, en esos lugares. De los jóvenes se sacaban los sueños prohibidos y los sueños sobre sueños y de los viejos los sueños de despedidas y los sueños en sepia, algunos eran confundidos con pesadillas y más de un cliente había venido a quejarse sobre un sueño de un tren y rieles y rieles que no iban a ninguna parte, que en vez de provocar miedo provocaban sueño.
-El terror es un género complicado – se defendía Mario.
Llevaba cuarenta y nueve pesadillas contadas cuando un hombre con aspecto apacible entró a la tienda, Mario pudo haberle dicho que ya había cerrado y que el letrero de “ABIERTO” en la puerta estaba simplemente por equivocación, pero algo en el delgado caballero que ante él se erguía lo impidió.
-¿Qué se le ofrece? – preguntó Mario intranquilo.
-En realidad no estoy aquí para comprar nada, pero siento curiosidad, ¿Por qué este establecimiento se anuncia con el letrero de “Venta de aguacates y sueños”?
-Vendo sueños porque es lo que mantiene el negocio y aguacates porque es mi pasión. – contesto Mario sin dejar de fijar la vista en el cliente.
-Entiendo, verá no soy de aquí, estoy de paso, ciertamente solo vengo por usted. Hace ya mucho tiempo que venía posponiendo este encuentro, pero por fin ha llegado la hora, entienda que no tengo nada contra usted, vengo desde hace mucho tiempo trabajando en esto y me apena mucho verme obligado a terminar con usted.
Asustado el vendedor no pudo contener la saliva que resbalaba por la tráquea, aunque su cuerpo fue incapaz de realizar ningún otro movimiento.
-¿Quién es usted? Lo siento conocido, ¿Es algún cliente insatisfecho? De verdad llevo más de una década haciendo mi trabajo con mucho esfuerzo y…
-No no, verá, ya le dije que no soy de aquí, de hecho llevaba tiempo sin pisar este lugar, ya no recuerdo la última vez que me reuní entre esta gente vieja, pero pude notar que el letrero al lado de la puerta es nuevo, de cualquier manera hubiera tenido que entrar.
-¡No puede ser! Pero soy muy joven para esto, vivo bien, duermo ocho horas y me alimento sanamente, ¿Por qué tenía que pasarme esto ya?
-Eso no tiene ninguna importancia Mario, llevo mucho trabajando en esto y casi nunca ha sido justo ninguno de mis actos.
El hombre vestido de gris del lado de afuera del mostrador tomó algo en su bolsillo derecho al tiempo en que Mario gritaba dormido entre botellas de sueños y pesadillas que se confundían en el suelo.
-No es nada personal, pero no es mi decisión. – hablaba tristemente el hombre flaco al hacer sonar su cañón en forma de guadaña.
El sonido punzante despertó a Mario entre las botellas verdes y moradas que rodaban por el piso en todas las direcciones, los ojos del vendedor señalaron primero el techo blanco, el rótulo en la puerta que desde este lado decía “CERRADO” el borde del mostrador y por último una botella verde que por segunda vez en esta noche lo convertía en un imbécil.

8.6.10

Cuento en 5 minutos

Un tipo común y corriente escucha como una sirena de ambulancia pasa y no deja de pasar a su derecha, producto de la acústica que producen los edificios enormes de la ciudad donde vive.

El chofer de la ambulancia parece querer emular la velocidad del sonido, los repollos sobre las camillas debieron estar hace media hora en la cocina de la casa de su madre, que espera indignada por la irresponsabilidad de algunas personas que no pueden siquiera encargarse de la ensalada.

Un niño le grita órdenes en algún idioma moderno que al parecer su perro no entiende o, a lo mejor, ignora fingiendo locura mientras corre tras una especie de auto con una criatura marina fantástica cantando en su techo.

Una joven cruza un semáforo en anaranjado mientras se mira con orgullo en el retrovisor con un segundo plano de malabaristas frente al gran público motriz, la inercia le obliga a girar noventa grados su volante para evitar asesinar a un perro, consecuentemente choca con una ambulancia, que perdiendo el control atropella a un tipo común y corriente que pudo pensar en sus últimos momentos que si iba a ser atropellado, no había mejor suerte que serlo por una ambulancia.

Un indigente sentado a cien metros de distancia del accidente se conmueve profundamente al ver cómo un repollo gira con sus últimos esfuerzos hacia sus pies. El indigente que pudo haberse adentrado en una felicidad justificada, será excusado solo por esta vez de sentirse triste y temeroso, ya que hoy y solamente hoy, 21 de diciembre del 2012, un repollo con voluntad propia no es una buena noticia.

15.10.09

Informe policial del ahora occiso

El señor Lattousse cayó muerto, esto debido a la bala que se introdujo en la parte izquierda de su cuello, la misma bala que hacía 1 hora acababa de comprar junto al arma número 38, por aquello de que uno de esos merodeadores como el que había visto la noche anterior mientras se hacía el dormido para tomarlo por sorpresa, como le había dicho su vecino que pudo haberlos atrapado de no haber sido por como ya todos sabían, el caso de el señor Buján que los había correteado durante 25 minutos hasta que otro particular que por la calle transitaba lo atropellara en plena vía pública.

El conductor pudo haberlo esquivado pero no lo hizo ya que estaba borracho por las 13 cervezas de 455ml que ingirió debido a una invitación de su primo “El Maradiaga” como se le conocía desde hace aproximadamente una semana, ya que se había ganado el premio grande de la lotería y ahora andaba invitando a diestra y siniestra a quién se le cruzara enfrente, el que le vendió el boleto ganador siempre gritaba frases como “Lleven un tiquete hoy y sean mañana tan millonarios como El Maradiaga”, cosa que nadie entendía pero no dudaban en llamar al reciente ganador “El Maradiaga”.

Resulta que El Maradiaga (al que se refería el “chancero” y no el más joven), era el jefe de la cuadrilla de “chanceros” de la ciudad donde todos estos hechos ocurren, era el quién se había encargado de poner en esa misma esquina donde el primo del borracho compró el tiquete ganador, al viejo sin un ojo que no dejaba de gritar seguramente como muestra de agradecimiento que si le compraban un boleto podrían ser tan millonarios como aquel que lo puso en esa esquina.

Resulta que en otro pueblo, donde vivía el viejo Maradiaga tuvo problemas con una mujer que le reclamaba la paternidad de su única hija, extrañamente la mentada hija era 5 años mayor que el famosísimo y aclamado Maradiaga, el verdadero padre de la joven era un zapatero manco que remendaba el calzado todavía de muchas personas, pero la mayoría ya lo hacía más por caridad que por necesidad, ya que el zapatero le había prestado años de servicio al pueblo y era una manera de devolver la cortesía a un pobre viejo que se había quedado manco debido a una mala praxis aplicada por el médico practicante que había salido hacia mucho año y medio de la de la facultad de medicina, a los otros doctores les aburría tomar los casos más fáciles que llegaban al hospital y ponían a los más nuevos ingresados a atenderlos. Uno de estos pacientes fue el zapatero (que no era manco en ese entonces), la enfermera confundió los informes e intercambió el del zapatero con diarrea al del bombero que debía ser amputado de una mano, este que fue diagnosticado con una dosis de anti diarreicos por dos semanas y nuestro querido zapatero que ahora aparte de tener diarrea ya no iba a poder limpiarse a causa del estúpido sistema de salud, el mal necesario (como le decía el padre del doctor principiante que le cortó la mano a un diarreico) a la existencia de los hospitales y de los doctores, mismo padre que obligó a su primogénito y único hijo a ser parte de este mal. El muchacho no tanto por no desilusionar a su padre sino por asegurarse una vida sin riesgos y por no sentir ninguna vocación, acepto sin protestar a las exigencias del hombre que no solo le dio la vida sino que también hizo la labor de parto por ser él como ya debemos suponer otro heredero del linaje interminable de doctores que lo precedían, así como su padre lo había sido y así como su abuelo también lo había sido y el abuelo de su abuelo lo había sido, el padre del abuelo no lo había sido porque prefería la danza artística y el baile de salón antes que llenarse la manos de sangre ajena. Volviendo al padre del joven médico cabe mencionar que falleció el mismo día del incidente con el zapatero manco, murió en un incendio y el con toda su casa y sólo él, porque su hijo estaba en el hospital y era viudo, no pudo salir a tiempo del infierno en el que se encontraba, apenas si pudo escuchar los gritos de los bomberos y una mano que se acercaba a él pero rápidamente se alejo debido al contacto con el fuego. El viejo doctor tirado en el suelo de su sala y con un ojo clínico que mantuvo hasta sus últimas pulsaciones pudo notar que de seguro esa mano tendría que ser cortada debido a las quemaduras.

El incendio tuvo origen debido a un descuido infantil como incendiar las cortinas, las mismas cortinas que su esposa había bordado hacía unos años cuando todavía su enfermedad parecía tener cura, las hizo porque decía que: “Eran mejores las pertenencias cuando de verdad pertenecían a uno mismo que era cuando uno las hacía sin necesidad de comprarlas hechas por otros que las habían hecho con el motivo de que le pertenecieran a cualquiera que estuviera dispuesto a canjearlas por plata que al fin y al cabo no le pertenecía a nadie” (tenía una enfermedad cerebral y cuando dijo la frase anterior estaba bastante avanzada, aunque si nos fijamos bien esta tan llena de sabiduría y de verdad que solo un loco podría decirla).

El jefe de la policía de cantón donde vivía la familia de doctores notó como con las ventanas del piso de arriba abiertas, sentada en el borde del marco y con las cortinas a sus espaldas totalmente cerradas, como para que nadie adentro se diera cuenta la señora madre del joven doctor se dejó ir en cuerpo y alma, en cuerpo a las verjas que la atravesaron y en alma donde van las almas de aquellos que han decidido ya no estar más con nosotros.

El mencionado policía a pesar de sus años de experiencia sirviéndole a la comunidad con la protección y que se decía había visto los peores atentados cometidos por una sociedad al borde del colapso, estaba seguro de nunca haber experimentado algo como lo que sus ojos acababan de ser testigos, estaba en shock, por un momento cayó en cuenta de lo que estaba pasando y casi corre a pedir auxilio pero no podía quitar la mirada de lo que mañana sería noticia en todo el país, no duro mucho la exclusividad del suceso, ya que en ese mismo momento iban saliendo los niños de la escuela primaria que quedaba exactamente frente a la casa de la señora, que ahora era una con la verja.

Tras gritos y gritos de los niños el oficial pudo reponerse y mantener el orden que imperaba la avenida 10, por supuesto los gritos de los niños hicieron salir a todos los vecinos y a los propietarios de la casa de la suicida. Cuando todo acabo, el oficial mientras se reponía de lo que iba a ser una imagen que le iba a durar los cuatro meses siguientes, hasta que muriera de un atragantamiento con un hueso de pollo cuando menos creía que le iba a llegar la hora de toparse con aquella señora que al menos tuvo una muerte un poco menos poco heroica que la del condecorado oficial. Mientras estaba vivo recordaba que pudo haber evitado no tanto la acción de la señora, como si el hecho de tener que presenciarlo, recordaba que en ese momento tenía que estar en su oficina haciendo labores que solamente él estaba encargado pero en lugar de eso prefirió tomarse un tiempo de ocio e ir a visitar a una de las tantas pretendientes o más bien pretendidas que existían para él en las inmediaciones de la avenida 8, avenida 10 y avenida 14, la avenida 12 estaba repleta de señoritas a las que no les hubiera importado ser pretendidas por los encantos del oficial, pero en medio de todas esas casas se encontraba la de una persona a la que el policía le tenía espanto, se trataba de la casa de Víctor Feliciano, un hombre al que la gente le tenía tanto respeto (más miedo que respeto), que nadie se atrevía a mencionarlo en voz alta, ni en voz baja siquiera, y cuando lo hacían era para recordar la historia de cuando con una bala incrustada en la parte izquierda del cuello había asesinado al señor Lattousse con su propia arma numero 38 justo una hora después de que este la compró, por aquello de que uno de esos merodeadores como el que había visto la noche anterior mientras se hacía el dormido para tomarlo por sorpresa…

“Mi padre es mi hermano gemelo… yo soy mi abuelo”

15.4.09

3:22 a.m.

3:22 am. Suena el despertador de la radio, se oye la canción con la que se casó, la que escuchó después del divorcio y la que escuchó un dia que tuvo que correr al trabajo por la tardanza, como hoy, ¿Quién programa el despertador a las 3:22? Se decía a si mismo reclamandose de obviar la tradición de ponerlo exactamente a las 3:12, pero ya nada se podía hacer, ahora tenía que hacer un esfuerzo inhumano para tomar el bus q salía a las 4:54 de la estación, se lavó solo los dientes de arriba, se lavó la cara, se abotonó todos los botones de su camisa, y los de sus otras camisas que tenía colgadas en el armario, hace tiempo venía con ganas de hacerlo pero nunca había tenido mucho tiempo, se puso los zapatos negros que no hacían juego con su traje, pero ¿que importaba? Iba tarde y no encontró los amarillos.

Salió de la casa corriendo hacia el Oeste con tal velocidad que el Sol aún haciendo su mayor esfuerzo por alcanzarlo, no lo logró. Llegó a la estación en el preciso momento en que el bús de las 4:54 salía con apenas 2 pasajeros. Maldijo la hora en que se lavó los dientes de arriba y pensó que si hubiera omitido ese detalle sería la tercera persona en el bús de las "faltando seis para las 5" ahora iba a tener que esperar el siguiente bús. La fila de personas era enorme, todos sin poder quitarse esa cara de maldición por haber puesto el reloj a las 3:22, el bús llegó unos minutos después de lo normal, pero por primera vez en el día corrío con suerte ya que pudo ser parte de los afortunados que no tenían que esperar al siguiente bús, aunque fuera de pie.

De camino como de costumbre por diversión lo hacía, miró con atención la cara de los otros pasajeros que compartían destino, trataba de inventarse historias sobre cada uno de ellos, por como iban vestidos intentaba adivinar su trabajo, lo felices que eran con hacer lo que querían y lo que les gustaba, esto aún sin darse cuenta era una manera de reprocharse su cobardía al no hacerle caso a aquella parte del cerebro a la que le llaman corazón. A su derecha iba un hombre que por su vestidura se notaba que de seguro tenía un puesto importante en algún banco, o talvéz era dueño de una enorme oficina donde trabajaba todo el día atendiendo llamadas de gente molesta y encantadora, todo esto llegó a molestarlo tanto que decidió no pensar más en la vida tan feliz de aquel hombre, ya que solo le producía envidia y enojo por su patética vida.

El transporte se detuvo y casi la mitad de los pasajeros se bajaron en la parada frente al edificio donde la gente con corbata iba a hacer cosas "de verdad importantes", cosas que el no conocía por más que quisiera, por un momento sintió deseos de bajarse, pero ¿Para qué?, el no pertenecía a ese mundo de cuentas y oficinas, el lo había decidido hace mucho tiempo y ya no había vuelta atrás, "Si pudiera volver en el tiempo", pero igual ya era tarde. Dos paradas después se bajó del bús y se dirigio a su aburrido trabajo, lo que nunca hubiera querido ser de niño, cuando jugaba a hacer cuentas y garabatear firmas para cheques en su oficina improvisada, ahora caminaba tristemente con la esperanza de que todo pasara rápido y algún día jubilarse, pero hasta entonces debía ir otros 3 meses a la Luna a hacer cosas aburridas y nada importantes.
"La NASA es una mierda", pensaba.