4.1.11

Tres para Mabel

1.
Después de esto de lo que mis ojos han sido testigos y pidiendo disculpas a los que ya han usado este recurso literario con mayor belleza y arte, puedo comparar esta ciudad que ahora se mueve para donde el viento quiera, con la noche, esa que nos promete refugio y protección hasta de la sombra propia, esa noche que viéndonos a todos como iguales no se preocupa por los tonos cutáneos y bajo su ausente luz, nos convierte en iguales, esa noche que se vuelve más noche antes de rendirse al alba, como esta ciudad que nunca fue más ciudad que antes de girar sobre sí.

2. (o 1.2)
El sonido de su muerte llegó más tarde...solo el sonido, la muerte le pasó de cerca sin notarlo; o talvez lo notó, talvez fue ella (y uso el pronombre femenino ya que sabemos desde siempre que la muerte tiene que ser mujer) talvez fue ella quién lo sacó de entre los escombros y le limpió la cara, este pudo ser el momento en que con su pronombre como excusa se encaprichó con él y ya que no tiene el poder de otorgar vida y menos a este que ya no le queda mucha, decidió alargársela unos pocos años; desconocido número teniendo en cuenta la edad de la muerte y lo que a esta poco le parece y para que en estos pocos años no se olvidara de esta muerte más suya que de nadie.

3.
Dos horas atrapado en el metro por metro de color verde plástico que levantaba la construcción cuadrangular del baño público en el que por culpa de una suerte encaprichada, tuvo que ir a dar a por mandamiento renal.
Los cientoveinte minutos que llevaba siendo preso sin ninguna cadena (más que la carroza fúnebre de los millares de peces de compañía) fueron provocados por el azar cronometradamente desde el momento en el que entró al baño portable. Ordenó a las nubes el azar que se reunieran en el mismo punto, allí, exactamente diez mil metros en vertical sobre el techo del baño público y portable que se alquila para celebraciones al aire libre normalmente en occidente y Oceanía; la parte más alta de la fortaleza material de este maldito quien se lamenta por la hora. Las nubes, que como bien sabemos son dueñas de una particular e increíble susceptibilidad, no aguantaron la crudeza con la que les ordenó el azar y una por una como una sinfonía en ascenso y sin hacer el mínimo esfuerzo por consolarse entre sí, lloraron desconsoladamente y alguna que otra siendo más dramática dio el grito que fue a dar contra una edificación plástica que había cerrado sus puertas hace unos setenta y dos mil segundos, donde se encuentra nuestro buen amigo, quién ahora también llora agradecido la ignorante conductividad eléctrica del plástico.