El cura, que era el único que respiraba en el santo edificio se acercó al árbol muerto que acunaba como un niño al cadáver sin estómago.
-Los muertos no son particularmente los mejores adversarios para un partido de ajedrez, pero la verdad yo tampoco soy un gran competidor- Hablaba mientras colocaba las piezas blancas que siempre dejaba al final.
-Cuando estaba vivo, le cerré la boca a varios retadores del juego real, - se levantaba pesadamente del ataúd -; ahora muerto y más de esta manera en la que el hambre se ausenta con la respiración, las probabilidades de un prematuro jaque mate ascienden como las olas.
-¿No fue la confianza quién lo hizo acabar así? - Se comportaba sarcásticamente para desconcentrar la mano del muerto en el alfil.
-¿Y no fue esa pasividad y precaución lo que lo hizo terminar a usted así? - contestaba el fallecido en respuesta retadora.
-Sí... - Contestó el predicador con un quebranto en la voz.
El "sí" fulminante rebotó entre las cuatro paredes del templo quienes fueron las únicas escuchas de este monosílabo, y únicas testigos de este pastor sin ganado, quién nuevamente pierde contra la soledad por jaque mate.
-Sí... - repitió.
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